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Oh, Locura, gloriosa embriaguez, cuando abres tu puerta con un puntapié y bromeas en público; cuando vacías tu bolsa en una noche y te ríes de la prudencia; cuando, sin sentido, avanzas por extraños senderos y juegas con fruslerías; cuando, al navegar en la tormenta, rompes tu timón en dos pedazos... entonces te sigo, compañera, me embriago contigo y me doy a los diablos.
Perdí mis días y mis noches en la compañía de los sabios y los discretos. El mucho saber ha blanqueado mis cabellos y las incontables vigilias han ensombrecido mi mirada. Durante años recogí y atesoré migajas de ciencia, que ahora destruyo, bailo sobre ellas y esparzo al viento. Pues sé que la mayor sabiduría consiste en embriagarse y darse a los diablos.
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Que se desvanezcan mis engañosos escrúpulos. Que pueda perder desesperadamente mi camino. Que un arrebato de vertiginosa violencia me arrastre lejos del puerto. El mundo está lleno de gente honorable, de trabajadores útiles y hábiles. Hay hombres que se sitúan fácilmente en primera fila, otros que ocupan dignamente la segunda. Dejad que sean útiles y prósperos y dejadme a mí ser inútil y loco. Pues, lo sé muy bien, éste es el fin de todos los trabajos: estar borracho y darse a los diablos.
Juro renunciar desde ahora a cualquier pretensión de dignidad y decencia. Abandono mi orgullo de saber y mi criterio sobre lo verdadero y lo falso. Quiebro el vaso de mis recuerdos y derramo las últimas lágrimas. Me baño en la espuma del rojo vino de las moras, que ilumina mi risa. Desgarro en jirones la cortesía y la gravedad. Juro solemnemente ser indigno, embriagarme y darme a los diablos.
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