INTERMEZZO
Nadie sabrá que tú lanzas
toda la luz a mi encuentro,
que ––hada feliz–– hacia el centro
de mi otoño te abalanzas.
Nadie sabrá que le amansas
a mi nombre su espejismo
ni que, huyendo del abismo
donde me descubro a veces,
hecha de palabras, creces
desde el fondo de mí mismo.
Nadie sabrá que tú existes
cuando en la noche te hundes,
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cuando, hambrienta, le confundes
el corazón a los tristes.
Nadie sabrá que resistes
de lo incierto la mordida
ni que, sudando aterida
junto al frío que me asedia,
tu soledad le remedia
su soledad a otra vida.
Nadie sabrá que, ya inerte
la ponzoña del vacío,
victimaria de mi hastío,
tú escaparás de la muerte.
Nadie sabrá que la suerte
de tu ser ––su ejecutoria––
será quebrantar la noria
que sediento me ha dejado,
para hundir en mi costado
las flechas de tu memoria.
Pero tú sabes mi duende,
sus caprichos, su estocada.
Tú sabes que esa emboscada
de tus labios me sorprende.
Tú sabes cómo se aprende
tu desnudez mi costumbre.
Tú sabes que con la lumbre
de tu sueño me acorralas
porque, soñando, te igualas
a una estrellita en la cumbre.
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