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viernes, 14 de diciembre de 2012

Rabindranath Tagore. Ofrenda Lírica


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El mañanero mar del silencio se que­bró en ondas de cantos de pájaros. Las flores estaban contentas junto al camino. Un tesoro de oro se derramó por entre las rajadas nubes. Pero nosotros seguía­mos a prisa nuestro camino, sin hacer caso.

No cantábamos nuestra alegría ni jugá­bamos; no nos llegamos a la aldea a comprar ni a vender; no hablábamos ni sonreíamos, ni nos parábamos a descan­sar. Íbamos más de prisa cada vez, con las horas.

Llegó el sol al cenit, y las tórtolas se arrullaron en la sombra; las hojas secas danzaron y volaron en el aire caliente del mediodía; el pastorcillo se adormiló a la sombra del baniano. Y yo me eché, orilla del agua, y estiré mi cuerpo rendi­do sobre la yerba.

Rabindranath Tagore
Ofrenda Lírica
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Mis compañeros me insultaron con desprecio y, erguidas las cabezas,  sin mirar atrás ni pararse un instante, siguie­ron afanosos y se perdieron en la bru­mosa lejanía azul. Cruzaron prados y colinas, pasaron extraños países distan­tes...

¡Sea tuyo todo el honor, escuadrón heroico del sendero interminable! Tu mofa y tu reproche me tentó a levantar­me; pero yo no respondí; me di por bien perdido en la cima de mi alegre humilla­ción, a la sombra de una vaga felicidad.

La paz de la verde sombra, que el sol recamaba, se tendió lenta sobre mi cora­zón. Olvidé el porqué de mi viaje y per­dí, sin lucha, mi pensamiento en un laberinto de sombras y canciones.

Y cuando salí de mi sueño, mis ojos abiertos te vieron ante mí, anegando mi sueño en tu sonrisa. ¿Cómo había yo pensado que era largo y penoso el cami­no, que no era necesario luchar tanto para alcanzarte?


lunes, 12 de noviembre de 2012

Rabindranath Tagore. El jardinero


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Oh, Locura, gloriosa embriaguez, cuando abres tu puerta con un puntapié y bromeas en público; cuando vacías tu bolsa en una noche y te ríes de la prudencia; cuando, sin sentido, avanzas por extraños senderos y juegas con fruslerías; cuando, al navegar en la tormenta, rompes tu timón en dos pedazos... entonces te sigo, compañera, me embriago contigo y me doy a los diablos.

Perdí mis días y mis noches en la compañía de los sabios y los discretos. El mucho saber ha blanqueado mis cabellos y las incontables vigilias han ensombrecido mi mirada. Durante años recogí y atesoré migajas de ciencia, que ahora destruyo, bailo sobre ellas y esparzo al viento. Pues sé que la mayor sabiduría consiste en embriagarse y darse a los diablos.

Rabindranath Tagore
El jardinero
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Que se desvanezcan mis engañosos escrúpulos. Que pueda perder desesperadamente mi camino. Que un arrebato de vertiginosa violencia me arrastre lejos del puerto. El mundo está lleno de gente honorable, de trabajadores útiles y hábiles. Hay hombres que se sitúan fácilmente en primera fila, otros que ocupan dignamente la segunda. Dejad que sean útiles y prósperos y dejadme a mí ser inútil y loco. Pues, lo sé muy bien, éste es el fin de todos los trabajos: estar borracho y darse a los diablos.

Juro renunciar desde ahora a cualquier pretensión de dignidad y decencia. Abandono mi orgullo de saber y mi criterio sobre lo verdadero y lo falso. Quiebro el vaso de mis recuerdos y derramo las últimas lágrimas. Me baño en la espuma del rojo vino de las moras, que ilumina mi risa. Desgarro en jirones la cortesía y la gravedad. Juro solemnemente ser indigno, embriagarme y darme a los diablos.



lunes, 15 de octubre de 2012

Rabindranath Tagore. La luna nueva


LA PATRIA DEL PROSCRITO

 
Madre, la luz palidece en el cielo gris. ¿Qué hora es? Ya me cansa el juego y vengo a tu lado. Es sábado, nuestro día de fiesta. Deja tu trabajo, madre, ven a sentarte a la ventana y dime, que ya no recuerdo, dónde está el desierto de Tepantar de que habla el cuento.

La sombra de la lluvia ha cubierto el cielo de punta a punta. ¡El feroz relámpago desgarra las nubes con sus  uñas!

Cuando las nubes truenan, ¡qué agradable es sentir cómo tiembla mi corazón y estrecharme contra ti! Cuando la lluvia pesada azota horas y horas las hojas del bambú, y nuestras ventanas gimen, sacudidas por el viento, ¡cómo me gusta sentarme a tu lado en la estancia, mientras me cuentas algo del desierto de Tepantar de que habla el cuento!

¿Dónde está, madre? ¿En qué orilla de qué mar? ¿Al pie de qué montañas? ¿En el reino de qué rey? Allí no habrá, como aquí, vallas entre los campos, ni en los prados habrá caminos para que, por la tarde, los campesinos regresen a su pueblo, y las recogedoras de leña vayan del bosque al mercado. Mucha arena, algunos matojos de hierba amarillenta y un solo árbol en el que anidan dos viejos pájaros astutos es lo que habrá en el desierto de Tepantar.

Rabindranath Tagore
La luna nueva
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Me imagino que un joven príncipe, montado en un caballo gris, cruza a solas el desierto en un día tan sombrío como hoy. Va en busca de la princesa que languidece en la cárcel del gigante, en la otra orilla de ese mar desconocido. Mientras la lluvia desciende como un telón y el relámpago salta como un hombre víctima de súbito dolor, ¿piensa el príncipe en su pobre madre abandonada por el rey, en su madre que limpia el establo y se seca las lágrimas de los ojos, mientras él cabalga por el desierto de Tepantar de que habla el cuento?

Mira, madre, todavía es de día, pero hay ya la oscuridad de la noche. Nadie anda por el camino de la aldea. El pastorcillo volvió muy pronto de los pastos, y los hombres dejaron los campos: sentados en las esteras de sus chozas, contemplan las nubes amenazadoras.

Mamá: he guardado mis libros en el estante. Te lo ruego, no me pidas hoy que estudie. Cuando sea mayor como mi padre, ya aprenderé todo lo que hay que saber. Pero hoy, por una vez tan sólo,  madre, dime dónde está el desierto de Tepantar de que habla el cuento.